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El 22 de abril, día propuesto por la ONU para construir una convivencia más armónica con la naturaleza y nuestro planeta, es el Día Internacional de la Madre Tierra. Esta fecha cobra más relevancia en vistas de los acontecimientos meteorológicos recientemente vividos, como por ejemplo el de la sequía más intensa y prolongada de los últimos sesenta años en nuestro país, acompañada por veranos consecutivos con récords de temperatura.

Hoy existe un consenso generalizado en la comunidad científica internacional sobre la importancia del cambio climático y sus implicaciones para la vida humana en los años venideros. Las altas temperaturas y las escasas precipitaciones de los últimos tres años han encendido las alertas, y a raíz de ello empezamos a prestar más atención a los problemas derivados del deterioro del ambiente. En especial resulta alarmante que coincidan con las previsiones del cambio climático elaboradas por el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) y el Conicet para nuestro país.  Sin dudas, el cambio climático y el deterioro de los ecosistemas a raíz de su contaminación y/o destrucción son parte de la agenda internacional, cuya preocupación central es el futuro de la tierra y de quienes habitamos en ella.  

Fechas como estas nos permiten hacer un alto en la vida cotidiana para ordenar las ideas en relación con un aspecto muy relevante para nuestra vida: mejorar nuestro comportamiento con el planeta. Especialmente si consideramos, por ejemplo, las más de 7 millones de hectáreas de bosques nativos perdidas en nuestro país desde el inicio del milenio, una tasa superior a la internacional.

Uno de los lugares donde aprendemos a pensar la importancia de estas fechas y donde incorporamos saberes sobre la protección del ambiente y la conservación de la biodiversidad es, sin lugar a dudas, la escuela. Durante los últimos años hubo una sucesión de leyes que colocaron a la escuela en el centro de la política ambiental. En 2021 se aprobó la ley 27621 de Educación Ambiental Integral con el objetivo de promover la educación ambiental e incorporar los nuevos paradigmas de la sostenibilidad a los ámbitos de la educación formal y no formal. De esa manera, la educación ambiental pasó a ser parte de los contenidos obligatorios a lo largo de la escolaridad completa, con un desarrollo permanente y transversal, y con el objetivo de promover el desarrollo sustentable.

La escuela, esa institución que tiene alcance territorial en todos los rincones de la nación, se erige como representante de lo compartido: todos vamos o fuimos a la escuela. Y todos vivimos en nuestro planeta. En la escuela, entre otras cosas, se trata de formar ciudadanos que promuevan las prácticas sustentables y el cuidado del ambiente, que respeten la naturaleza y que siembren las bases para generar un verdadero cambio cultural y social, tan necesarios para enfrentar la crisis climática.

Pero ¿cómo se traslada el debate ambiental a la cotidianidad de las aulas? Porque sin duda no es lo mismo pensar, hablar y trabajar sobre educación ambiental en una escuela cercana a la selva misionera que en una escuela de un pueblo petrolero. Además del conjunto de saberes relativos a la Educación Ambiental Integral, es necesario abordar las múltiples dimensiones que involucra este conocimiento, tales como la revisión curricular, la formación de autoridades intermedias (inspectores y supervisores), la formación en el aula y el desempeño de los docentes. También es necesario contar con recursos materiales concretos y abordajes situados en su contexto, de manera tal que las palabras se puedan convertir en hechos  y las ideas, en proyectos reales que contribuyan a frenar los acelerados procesos de contaminación y destrucción de los ecosistemas.

Ahora bien, la escuela ¿debe enseñar sobre los problemas ambientales o debe hacer educación ambiental? Estas cuestiones parecen iguales, pero no lo son.  Cuando hablamos de enseñar sobre problemas ambientales nos referimos a poder conocer, analizar, entender y explicar cómo se desarrollan estas cuestiones. Por ejemplo, conocer las múltiples causas que explican el estado de contaminación de los ríos. En cambio, la educación ambiental supone hacer de los estudiantes agentes de transformación ambiental, que no sólo conocen los problemas de su entorno, sino que promueven efectivamente cambios en las prácticas que llevaron las condiciones del ambiente a su situación actual.

Por eso aprovechamos este día para invitar a pensar qué rol esperamos que tenga la escuela en el marco de la preocupación creciente por los problemas ambientales y de qué manera pensamos y actuamos para que se pueda llevar adelante esa demanda. Por ejemplo, es probable que con la llegada de las lluvias previstas por el comienzo del fenómeno de El niño vayamos dejando de dar importancia al cambio climático. Es un fenómeno que los especialistas suelen llamar percepción del riesgo, que supone la capacidad de ser conscientes de que estamos expuestos a un riesgo cuando lo percibimos claramente, pero que si dejamos de percibirlo, es probable que no hagamos nada por prevenirlo ni remediarlo. En este último caso, la inacción puede llevar a que las consecuencias del riesgo sean arrolladoras cuando vuelva a suceder.

Estos debates nos convocan de modo profundo, porque lo que hoy está en discusión es cómo vamos a tomar el desafío de mejorar las condiciones ambientales. El cambio climático no sólo es un hecho, sino que ya estamos experimentando sus consecuencias. Es tiempo de llevar a cabo las acciones necesarias para el cuidado del ambiente, desde todos los sectores en el que nos desempeñamos. Se trata de cuidar y proteger esta gran casa, que nos pertenece a todos.